Texto y fotografías: Daniel Stilmann.
El primero de noviembre de cada año se abre la temporada de pesca en la Patagonia Argentina, lo que es sinónimo de pesca con mosca de truchas y salmones en uno de los parajes más bellos del mundo.
Sí bien con un amigo ya habíamos estado pescando, mucho y muy bien desde el primero de Octubre (en ciertas regiones patagónicas la temporada se adelanta en un mes), el inicio formal de la misma es para algunos toda una cita a la cual no se falta, toda una fiesta, por lo tanto con unos amigos (Daniel Barni y su hijo Nicolás), decidimos pescar en el Río Chubut, tratando así de evitar el malón de pescadores que llegan a visitar los lugares tradicionales.
La zona escogida fue un tramo del Río Chubut al sur de la localidad de El Maitén, altura a la que se convierte en un río de estepa. El Maitén es una de las dos cabeceras de vía de la “trochita”, el viejo Expreso Patagónico de trocha angosta que conecta Esquel con El Maitén, transcurriendo en la mayor parte de su recorrido por dentro de la estancia de Leleque, la que abarca unas 120.000 hectáreas.
En su recorrido la trochita cumplía con la función de unir a los distintos puestos de la estancia entre sí, y servía para transportar la producción de lana y otros bienes hasta los grandes centros. Hoy en día el tren sólo presta servicios turísticos y es uno de los paseos obligados altamente recomendado a realizar, particularmente partiendo desde El Maitén, que es donde repostan la provisión de champagne y sandwiches de embutidos caseros varios, una combinación ideal para éste viaje al pasado.
En ésta zona el río transcurre dentro de la estancia en la forma de un típico río de llanura, ondulante, ancho, playo, raramente tan caudaloso como para no poder ser vadeado, con pozones y zonas en las que coexisten corrientes rápidas con lentas. En otras palabras; un río ideal para pescar y caminar, por lo general fácil de castear, salvo en tramos de vegetación frondosa, los cuales pueden ser fácilmente salteados.
La especies predominantes son la trucha arco iris y en menor medida las marrones, con promedios inferiores al kilogramo, aunque de vez en cuando salen algunas grandes. Las moscas que más rinden son las matukas de color verde claro mate y verde oscuro brillante, y en ésta oportunidad, como no las vimos comer arriba no probamos con secas. Las ninfas andan bien.
Salimos desde El Bolsón a las nueve de la mañana, previa parada para comprar unas”zapatillas”de jamón y queso en una panadería. Para las once estábamos pescando, ya que son solo setenta kilómetros de asfalto en muy buen estado. El río bajaba con bastante agua y no del todo clara, lo cual no esperábamos, pero ya estábamos en el lugar y nadie dijo de volverse.
Rápidamente nos calzamos los waders, armamos las cañas y el equipo y partimos hacia el río, distante a unos quinientos metros del lugar donde paramos. Nicolás se adelantó y no volví a verlo hasta mucho más tarde, casi al final del día. Daniel y yo caminamos juntos y al llegar a la orilla partí pescando adelante.
Ante la duda de cómo iniciar la pesca me decidí por un streamer de fabricación casera, en realidad una de las primeras moscas que até, tan feo que parece un espanta truchas. Una vez me preguntaron en una casa de pesca que era “eso” y la primera palabra que se me ocurrió para describirla fue garompa, y garompa le quedó.
Claro, que como dio tan buenos resultados la fui perfeccionando y creando variaciones, lo cual me obligó a ampliar su nombre. La original estaba tiene el cuerpo de cristal chenille verde, una pluma negra de chinese saddle goga como cola, y una cabeza con flecos hecha con finas tiras brillantes color gris, por lo cual le quedó como nombre científico la “green cristal chenille silver garompa”, o para los amigos, la silver garompa a secas. Es que las variantes posteriores mantienen todo lo original y solo cambia el color de los flecos, a rojo, amarillo y azul, dando lugar a la red, yellow o a la blue garompa respectivamente.
A los pocos metros, parado en una barranca en medio de una curva del río, del lado donde la corriente es más rápida, vi que se formaba un remanso y una separación nítida entre la corriente rápida y el agua más lenta. Se me ocurrió tirar hacia la corriente y luego arrastra el streamer forzándolo a cruzar la parte de aguas tranquilas.
A mitad de la recuperación del primer lanzamiento llegó el piqué, totalmente de sorpresa, pues no esperaba gran cosa de ese primer intento, aunque tuve los reflejos necesarios como para clavarla.
Tres saltos después y unos metros más cerca de mí me di cuenta de que mis reflejos ni por lejos habían sido lo suficientemente buenos, o rápidos. Se soltó y se fue quien sabe a donde, pero se fue.
De todos modos era un buen comienzo de jornada y de seguir así prometía mucho. Bueno, otra vez me equivoqué. No fue así por dos horas más, a pesar de que probé todo tipo de moscas.
Finalmente a eso de la una me alcanzó Daniel, y decidimos hacer un alto en la jornada para comer las “zapatillas” que habíamos comprado. Durante el almuerzo me contó que había sacado dos arco iris, grande para esta época y parte del río, menores a un kilogramo, justo en el lugar que había tenido el primero, y único, pique de toda la mañana.
Después de comer Daniel decidió hacer una siesta y yo continuar mi marcha seguir río abajo, lo cual hice. Unos cien metros más abajo encontré una playa bastante interesante desde la cual podía entrar fácilmente al río y castear hasta el centro del mismo para recuperar posteriormente.
Al segundo intento, y después de haber dejado salir bastante línea, tuve el primer pique. Esta vez pude clavarla y después de algunas corridas logré sacarla. No pesaba más de 400 gramos, pero para un equipo número 4 fue divertido, particularmente cada vez que se metía en la corriente.
Así hice tres o cuatro lanzamientos más, cada uno acompañado de una captura, todas similares entre sí. Luego vino el “parate” y tiempo para cambiar de locación. Sin embargo durante el resto de la tarde el río se llamó a calma chicha, sin importar que mosca empleara. Finalmente a eso de las cinco comencé el retorno río arriba.
En el lugar en que comenzamos a pescar encontré a Nicolás, quien tampoco había tenido mayor suerte, salvo una marrón respetable, en el mismo lugar en que yo había tenido el primer pique. Pero cuando intentó levantarla para liberarla la trucha le ganó de mano y zafó sola.
Decidimos pescar un rato más unos pozones algo más arriba, pero no conseguimos enganchar más que “lauchitas”, aunque nos divertimos bastante. Un rato después se nos unió Daniel, y algo desilusionados decidimos que habíamos tenido suficiente por el día. Es que no podíamos dejar de comparar con las pesca que habíamos tenido hasta el día anterior en la zona del Turbio, con arco iris de más de cincuenta centímetros (mayores a un kilogramo) y alguno que otro salmón del Atlántico de tamaño respetable. Pero como dicen, no hay partido sin revancha, y el Chubut suele darnos sorpresas. Volveremos ........